LAS RABIETAS INFANTILES
Nuestro hijo se empieza a poner nervioso porque no consigue lo que quiere, y esa decepción, que no puede soportar, provoca un ataque contra todo y todos. Dicho ataque va acompañado de gritos, chillidos, insultos, golpes, llantos, pataletas y otras manifestaciones de rabia. Entender la rabieta de nuestro hijo es el primer paso para poder hacer algo contra ella. No hay que preocuparse excesivamente, pues entre los dos y los cuatro años se consideran una forma normal de expresión y pueden aparecer posteriormente en momentos de cambios o tensiones.
Si tu hijo tiene entre dos y cuatro años, las rabietas forman parte de su desarrollo normal. En esta edad, se está formando en el niño el sentimiento de identidad que busca reafirmarse. Quiere tocarlo todo, hacerlo todo y llegar a todas partes, pero sus propias limitaciones físicas se lo impiden. Además, a veces quiere pedir algo y no sabe cómo hacerlo, le faltan las palabras. Su limitación física y lingüística no le permite conseguir lo que quiere y entonces surge la rabieta.
Por otro lado, en numerosas ocasiones, los adultos no tenemos mas remedio que impedirle algunos de sus propósitos o antojos. Nosotros, los padres, sabemos que hay un momento para cada cosa, pero él todavía no lo ha aprendido. Su visión de futuro es muy limitada y piensa a corto plazo (ahora). Por eso, si no consigue lo que desea al instante, piensa que ya no lo podrá conseguir nunca, se siente frustrado y monta en cólera.
Desea ser independiente, hacer las cosas a su manera y no como le pedimos los adultos. Es egocéntrico y piensa que el mundo gira a su alrededor, por eso su respuesta favorita es “no”. Su tozudez e impulsividad le conducen a comportamientos explosivos, en los que pierde el control de sí mismo por cualquier motivo intrascendente.
En general, la rabieta es un conflicto entre lo que el niño realmente desea, desde su necesidad de crecer y lograr autonomía, y lo que de verdad puede conseguir o está obligado a hacer. Normalmente aparece ante una orden que los adultos le damos y que no le apetece obedecer, como “lávate las manos” o “recoge los juguetes que es hora de comer”. Pero también aparece cuando el niño pide algo y no se le concede en ese momento, por ejemplo, que le compremos un regalo o que le dejemos ir a casa de un amigo.
La aparición de alguna rabieta no indica, ni mucho menos, ningún tipo de preocupación por su caracter o personalidad, porque lo corriente en estas edades es tener rabietas. Unos niños más y otros menos. La frecuencia estará en función de su temperamento y de cómo actuamos los adultos ante ellas. Son una expresión más que puede acompañar al crecimiento y al desarrollo de la personalidad.
Sí es importante intervenir para disminuir su frecuencia o intensidad y para que no se transforme en una forma habitual de comportarse. Lo aconsejable es actuar cuando se prevea que va a tener lugar una manifestación de enfado o contrariedad por parte de nuestro hijo y que irá acompañada de los usuales gritos o gestos propios de este comportamiento.
Algunos factores, que citamos a continuación, nos pueden anticipar la posibilidad de que nuestro hijo estalle; si los tenemos en cuenta podemos intentar actuar en sintonía con ellos y, poco a poco, evitar que se desencadene la rabieta.
- La excitación y el cansancio suelen ser malos amigos del cumplimiento y del razonamiento. Si nuestro hijo está demasiado alterado o cansado es mejor evitar abrumarle con exigencias o intentar razonar con él porque, en esos momentos, no tendrá la capacidad necesaria para enfrentarse a lo que se le pide. Siempre que sea posible, intentemos no forzar la situación. Es mejor mantener un ambiente comprensivo que un ambiente excesivamente rígido.
- Las tareas que exigen un esfuerzo mayor del habitual o que resultan excesivas para nuestro hijo pueden provocar un sentimiento de frustración que se manifieste con una rabieta. Ante esta situación, podemos ayudarle y colaborar con él en la resolución de dichas tareas o sustituirlas por otras más adecuadas a su capacidad de resolución.
- Las novedades o los cambios suponen, por lo general, alteraciones de comportamiento. No es fácil hacer frente a acontecimientos nuevos o inesperados y reaccionar adecuadamente, así que no debemos extrañarnos si ponemos a nuestro hijo en esa situación y se muestra tremendamente enojado. Si le explicamos a nuestro hijo lo que va a suceder y qué reacción o comportamiento por su parte son deseables, le estamos dando información, tiempo y pautas para que prepare una reacción adecuada.
¿Qué podemos hacer los padres para controlar la situación sin perder la paciencia?
- Evitar, con naturalidad situaciones, lugares o incluso personas que sabemos por experiencia que alteran a nuestro hijo. Por ejemplo, si cada vez que vamos a comprar con él al supermercado nos monta una rabieta, podemos explicarle, con amabilidad pero con firmeza, que se ha de quedar en casa porque las últimas veces que ha ido al supermercado ha hecho una rabieta. Puede ser que la rabieta la monte entonces pero lo hará en casa que es mucho más fácil de controlar que en público. Evidentemente, nunca podremos cambiar de opinión porque ha montado la rabieta.
- No nos preocupemos por lo que pensarán las personas que presencien la rabieta. Actuemos en consecuencia. Es un gran error hacer lo que pide para acabar rápidamente con el espectáculo. En esos momentos debemos mantener el control porque eso le ayuda a él a recuperarlo. No nos pongamos a su nivel. Nunca reaccionemos como él y no le gritemos ni castiguemos y mucho menos burlarnos de él. Funciona mejor ofrecerle calma, serenidad y mostrar cierta indiferencia.
- A veces es suficiente distraerlo y dirigir su atención hacia otra cosa. O darle una muestra de afecto, como una sonrisa, un abrazo o una caricia. Pero no pretendamos dialogar en ese momento con él. Esperemos a que pase el mal momento y entonces expliquémosle que comprendemos el motivo de su enfado pero que hay otras maneras de pedir las cosas, independientemente de si es posible conseguirlas o no. Hagámosle entender que, aunque nos disguste lo que ha hecho y nos entristezca, lo queremos muchísimo.
Si nuestro hijo tiene más de cuatro años puede ser que esté pasando por una etapa de cambios o tensiones y, por lo tanto, sería lógico que tuviera rabietas de vez en cuando. No nos alarmemos y tengamos paciencia, hasta que la situación se estabilice. Si las rabietas continúan y se hacen crónicas sería recomendable acudir a un especialista para evitar que se arraiguen en la personalidad del niño como una manera habitual de funcionar.