¿QUÉ PODEMOS HACER PARA DESARROLLAR EL LENGUAJE EN NUESTROS HIJOS?
Existe una relación muy estrecha entre el éxito escolar y la capacidad que tienen los niños para seguir las explicaciones y los razonamientos del profesor.
Esa capacidad depende directamente del nivel de lenguaje que tenga el niño y de la riqueza de su vocabulario: cuanto mejor sepa hablar y más palabras conozca, mejor entenderá lo que explica un adulto. ¿Qué podemos hacer para favorecer el desarrollo lingüístico de nuestros hijos?
Numerosos estudios de expertos constataron la gran correlación que existe entre éxito escolar y pertenecer a la clase social media o media alta. Este hecho se atribuyó, en principio, a razones económicas.
Sin embargo, investigaciones posteriores han demostrado, que no es la posición económica de la familia lo que favorece el éxito escolar, sino el grado de lenguaje que tienen los niños para seguir las explicaciones y los razonamientos del profesor en el aula.
Esta capacidad depende directamente del nivel de lenguaje que tenga el niño y de la riqueza de su vocabulario, adquiridos por la calidad y cantidad de muestras de lenguaje que se le ofrecen en sus primeros años de vida. Por eso, a aquellos niños -independientemente de que pertenezcan a familias económicamente más o menos pudientes- a los que los padres les proporcionan un lenguaje que estimula las funciones superiores del pensamiento, mantienen intactas sus posibilidades de éxito escolar.
¿Qué podemos hacer para favorecer el desarrollo lingüístico de nuestros hijos?
Es aconsejable hablar a nuestro bebé desde el primer día del nacimiento. Tenemos múltiples ocasiones que podemos aprovechar para hacerlo: en el momento de cambiarlos, a la hora del baño o simplemente cuando los tenemos en el regazo disfrutando de ellos.
Es importante que utilicemos un lenguaje cálido, alegre, con exclamaciones y preguntas, sin hablar demasiado fuerte ni demasiado flojo, y haciendo referencia a lo que se está haciendo en ese momento.
Como las palabras son todas nuevas para tu hijo, sólo tienen sentido cuando las asocia a objetos, hechos o acciones que tiene delante, que puede ver o tocar. Si le enseñamos el plato y la comida porque va a comer, debemos hablarle de la comida, si es puré de verduras, si está muy rico, etc.
Una madre me decía que su hijo nunca había tenido problemas para saber cuál era su derecha y su izquierda porque mientras lo vestía siempre le decía lo que le ponía en cada momento: “Ahora ¿qué le pondré a este niño…? Pues le pondré el calcetín izquierdo en el pie izquierdo”.
También es importante que hablemos a los bebés mirándoles a la cara, porque imitan los movimientos de nuestra boca. Los niños que además de oír “papá“, también ven cómo se articula la palabra, repiten antes “papa“, lo que es muy importante porque se oyen a sí mismos y eso les ayuda a aprender más deprisa.
Sabemos la importancia que tiene la vista en el aprendizaje de las primeras palabras o sílabas, porque se ha comprobado que los niños ciegos tardan más tiempo en imitar las primeras sílabas que los videntes, mientras que niños sordos son capaces de repetir sílabas como “pa” o “ta” que en realidad no han oído pero sí ‘han visto’.
El bebé no es un ser pasivo. A partir del tercer o cuarto mes, empieza a emitir los primeros sonidos guturales. Se escucha a sí mismo y se gusta. Si además, las personas que lo cuidan imitan sus sonidos, se inicia una protoconversación sin palabras, pero llena de significado afectivo. Contestarle a estos mensajes que él envía le estimula a seguir produciendo más mensajes, porque siente que su esfuerzo es recompensado.
A partir de los 10 o 12 meses aproximadamente, ya podemos empezar a leerle libros de imágenes. Serán los primeros cuentos que contemos a nuestro hijo, y como a esta edad su capacidad de atención es muy pequeña, debemos aprender a interpretar la resistencia del niño y dar por terminada la actividad antes de que él se canse.
La época en que el niño empieza a caminar y a tener autonomía de movimiento coincide con el tiempo en que empieza a tener capacidad de comprensión. Un niño de 15 meses puede no decir ni una palabra, pero seguro que ya entiende y responde a cosas sencillas que se le pueden pedir como “ve a buscar tu osito”, “¿por qué no me traes la cuchara que la vamos a lavar?”, ¿me das un poquito de pan?, etc.
Los papás debemos aprovechar esta circunstancia para encargarle pequeños recados y premiárselos emocionalmente con una expresión de alegría. Así tendrá interés en ir ampliando su vocabulario y su comprensión, lo que es muy importante porque sin un amplio lenguaje comprensivo no es posible empezar a hablar.
En los primeros meses el bebé suele ir dormido en el cuco cuando sale de casa. Pero en cuanto el niño ya mira lo que hay a su alrededor, los paseos, las salidas al supermercado o a cualquier lugar son excelentes momentos para explicarle a nuestro hijo por dónde vamos, el nombre de las cosas que vemos y lo que hacemos, de manera que él vaya ampliando su vocabulario y su comprensión del mundo que le rodea.
Los niños que tienen buen lenguaje y abundante vocabulario son aquellos cuyos papás disfrutan al llevarlos de paseo o a comprar, porque hablan con ellos y les explican las cosas que van viendo por la calle o en el supermercado. Ir de compras con un niño de dos o tres años puede ser gratificante para el adulto y enriquecedor para el pequeño o insoportable para los dos.
Todo depende del enfoque de la persona mayor. Por ejemplo, esperar el turno ante la parada de pescado puede ser un tormento o un momento ideal para hablarle de los peces, que nadan en el mar, que los hay grandes y pequeños, el nombre de algunos de ellos y todo lo que se nos ocurra. A nuestro hijo le encantará ver y aprender cosas nuevas.
Además de hablar y escuchar a nuestro hijo con frecuencia, también debemos cuidar la calidad del lenguaje que utilizamos y el tono con el que decimos las cosas.
Para empezar, no debemos imitar el lenguaje del niño ni reducir las palabras adultas a palabras infantiles como “guau, guau” para llamar al perro o “chichi” para denominar la carne.
El niño sí que puede usar su jerga particular, porque no sabe hablar de otro modo, pero los adultos no. Pensemos que nuestro hijo no sabe cuál es el nombre preciso de los objetos, por lo que le da igual decir “guau, guau” que “perro“.
Nosotros somos el modelo que él imita y si le repetimos “guau, guau”, le reforzamos esta expresión, creerá que es la correcta, la integrará en su cerebro como buena y la seguirá usando aunque se vaya haciendo mayor.
Relacionado con el aspecto anterior, igualmente se ha visto la importancia de nombrar las cosas con la palabra más exacta posible para mostrarle la riqueza del lenguaje.
Se ha comprobado que los niños que no desarrollan todo el potencial de su lenguaje son aquellos que en su casa utilizan un solo término para nombrar diferentes acciones y objetos. Por ejemplo, utilizan la palabra comer para todas las situaciones.
En cambio en las familias que cuidan el lenguaje utilizarán desayunar, comer, merendar y cenar.
No menos importante es la corrección del habla del niño, que debe ser positiva. Cuando el niño dice “mira, un guau, guau”, podemos contestarle: “sí, es un perro, un perro que hace guau, guau”.
Si además sabemos la raza y podemos precisar más, también podemos hacerlo: “sí, es un perro, un pastor alemán, que hace guau, guau. ¿Has visto que grande es?”. De esta manera aumentará su vocabulario, su precisión en el lenguaje, sus conocimientos previos y su curiosidad, herramientas fundamentales para entender y comprender las explicaciones que después encontrará en el colegio.
El menor uso de los imperativos y las negaciones favorecen positivamente el desarrollo del lenguaje. El uso de imperativos es cortante y cierra la conversación. El humorista Eugenio lo ilustra con este chiste: “Yo a los 6 años creía que me llamaba ‘Cállate’…”
Los imperativos cállate, estáte quieto, dame, no te muevas, vete, etc. y las negaciones absolutas no dejan opción a que el niño estructure en su mente otras opciones que pueda compartir con el adulto y enriquecer su pensamiento y su inteligencia.
En cambio, pedir las cosas utilizando formas distintas: ¿y si…? ¿por qué no…? ¿qué te parece si…? ¿quieres…? ¿me…? o responder con otras preguntas o intervenciones a las preguntas de nuestro hijo abre caminos de comunicación que crean nuevos conocimientos.
Ante la pregunta del niño “¿Puedo comer unas galletas?”, podemos contestar con un “no” seco que acaba toda interacción comunicativa, o podemos decirle “¿Es hora de comer galletas?”, “Me parece que ahora no es hora de comer galletas, dentro de un rato vamos a cenar”, etc. Y a partir de aquí iniciar una conversación que siempre enriquece.
Por último, podéis contestar a sus preguntas con respuestas indirectas. Ante la pregunta del niño: “¿Vendrá la abuela esta tarde?” podemos responder con un “no” directo, o podemos decirle: “Ha llamado y ha dicho que ha de ir al médico y que vendrá mañana”.
Es una alternativa que exige al niño poner en funcionamiento su cerebro para sacar él la conclusión, lo que le enseña a deducir, razonar y hacer asociaciones internas con los conocimientos que ya tiene, es decir, le damos oportunidades para construir circuitos neuronales que podrá utilizar en otras ocasiones.