¿ POR QUÉ MUERDEN LOS NIÑOS ?
Algunos niños, entre los 18 meses y los 3 años muerden, generalmente a otros niños. Los mordiscos es un tema que suele preocupar bastante a padres y educadores ya que, aparte del mordisco en sí, generan rabia, frustración e incluso culpa en los adultos.
Aunque no existen remedios milagrosos que eviten que un niño muerda, sí que podemos comprender por qué lo hace y qué nos está transmitiendo con esa conducta, de esa forma, nosotros, podremos poner todo lo que esté a nuestro alcance para satisfacer esa necesidad.
¿Por qué muerden los niños?
La edad en la que los niños muerden oscila entre el año y medio y los tres años, no es casualidad; que utilicen el mordisco como medio de expresión es precisamente porque no tienen otras herramientas para comunicar su desagrado, ira, frustración, malestar ¡e incluso alegría! Así que, conforme vayan consiguiendo nuevas formas de comunicarse dejarán de morder, de hecho, a los 4 años ya no suelen morder ¿por qué? Porque han aprendido formas más adecuadas de expresar sus deseos y emociones.
-Sobre los 10 meses, cuando los bebés ya tienen algunos dientes, pueden comenzar a morder. En este caso corresponde a un descubrimiento de nuevas sensaciones, una exploración, de hecho, cuando brotan los dientes suelen morder con más frecuencia.
-Más tarde, pueden morder como expresión de su malestar, cuando se sienten amenazados (que otro niño se le acerque puede vivirlo como una amenaza, también cuando se aleja su figura de referencia como puede ser su madre o padre…), como expresión de su frustración, ira, cuando sienten excitación, una sobrecarga de emoción, alegría… es decir, cuando no saben cómo expresar aquello que están sintiendo, sus emociones.
A veces la conducta se manifiesta junto a algún acontecimiento que lo desencadena: quiere un juguete, un niño se le acerca, no puede subir al tobogán porque está ocupado… Pero otras veces parece que no había ocurrido “nada” que lo desencadenara, esto es porque los mordiscos pueden expresar tensiones internas que viven los niños como la adaptación a la escuela, un cambio de casa, el nacimiento de un hermano, un divorcio, la hospitalización de un familiar, la marcha del padre o la madre por un viaje de trabajo, la muerte de una persona cercana, tensiones en el hogar…
¿Y por qué no saben expresar sus emociones como lo hacen los adultos?
1.- Por su cerebro
Su cerebro está en desarrollo, el bebé humano nace con un cerebro inmaduro que se desarrolla de abajo hacia arriba, de detrás hacia adelante y de adentro hacia afuera.
La parte inferior del cerebro (el tronco cerebral y el sistema límbico) se ocupa, entre otras cosas, de las reacciones innatas e impulsos (la lucha y la huida) y las emociones fuertes (la ira, el miedo…) esta parte del cerebro está desarrollada al nacer.
En cambio, la parte superior, exterior y frontal del cerebro, es la Corteza Prefrontal, esta parte es la encargada de plantear las consecuencias de las acciones (“si muerdo, haré daño, mejor voy a hablar”), de ponerse en el lugar del otro (“seguro que quiere usar el juguete sólo un rato, a mí también me gustaría que me lo dejaran”), de controlar las emociones, de tomar decisiones… Esta parte se encuentra en formación y no termina de desarrollarse hasta pasados los 20 años de edad y además para lograrlo, necesita el acompañamiento adecuado de una persona adulta.
Para complicarlo un poco más, entre la parte superior e inferior del cerebro, se encuentra la amígdala, que es la responsable de conectar o bloquear ambas partes, permitiendo el acceso o no, a la parte superior del cerebro, así, ante una emoción fuerte se bloquea y nos hace responder con la parte inferior del cerebro en vez con la superior.
Por lo tanto, con el cerebro que tienen nuestros pequeños, no es de extrañar que ante una emoción fuerte (miedo, frustración, ira, incluso alegría) reacciones de la única forma que tienen de expresarse, de manera instintiva.
2.- No pueden ponerse en el punto de vista del otro
Los niños pequeños no tienen “Teoría de la mente”, lo que explica que hasta los 4 o 5 años no puedan ponerse en el punto de vista de otra persona (por lo que no entienden si su conducta hace daño) Estas ideas las apoya también el “egocentrismo intelectual” que caracteriza el pensamiento infantil hasta los 5 años, siendo incapaces de ponerse en otra perspectiva.
3.- No tienen lenguaje suficiente
Aunque las primeras palabras aparecen alrededor del año, no es hasta muchos años más tarde cuando los niños podrán utilizar el lenguaje para expresar lo que sienten (de hecho, muchos adultos no saben hacerlo) conforme vayan madurando y teniendo la capacidad verbal suficiente para expresar sus sentimientos y necesidades a través de palabras, ya no necesitarán hacer uso de herramientas más instintivas.
Así que, poco a poco, conforme los niños maduren, dejarán de morder; pero es importante que los adultos les acompañen de forma adecuada para ayudarles a desarrollar esas capacidades que todavía no tienen, en vez de humillarles, ignorarles o reprimirles sus emociones.
¿Qué podemos hacer para evitar que muerdan?
–Primero, PREVENIR
Ya hemos visto que un mordisco es una necesidad no satisfecha o la expresión de una emoción de forma equivocada. Por lo tanto será importante evitar que tengan hambre, sueño, estrés…
En los ambientes escolares, es importante darle la importancia que se merece al periodo de adaptación para que los niños realmente se integren; ya hemos hablado de que sentir miedo porque se marche la figura de apego y estar en un ambiente que el niño no concibe como seguro, es uno de los motivos que puede generar los mordiscos. Por otro lado, en los entornos escolares nos encontramos con muchos niños en un mismo espacio con necesidades parecidas (ya que solemos agruparlos por edad cronológica) y con pocas capacidades de expresar sus emociones de forma no instintiva.
–ATENCIÓN
A veces se escucha aquello de que “un mordisco es una forma de llamar la atención”, en este caso la solución es sencilla, si necesita que le hagamos caso ¿cómo se solucionará? Pues haciéndole caso. Lógicamente su necesidad no se solucionará si le ignoramos o apartamos.
–ACOMPAÑAMIENTO y “EDUCACIÓN EMOCIONAL”
Cuando vemos pues qué es lo que lleva a los niños a morder nos damos cuenta de que lo que necesitan son las herramientas adecuadas para poder expresar lo que sienten.
El niño tiene derecho a expresar lo que siente (la emoción, por ejemplo, ira), lo que NO SABE es la FORMA ADECUADA de hacerlo (la conducta, por ejemplo, a través de un mordisco)
Aquí es donde cobra especial importancia la inteligencia emocional. Hoy en día todos estamos convencidos de lo importantes que son las emociones, no hay centro escolar en el que no se “trabajen las emociones”, pero en algunas ocasiones, descubrimos que es sólo un tema que se aborda de forma superficial. El tema emocional lamentablemente no debe quedarse en leer cuentos, hacer murales o pintar con colores según la emoción. Los cuentos sobre emociones sirven para el “reconocimiento emocional”, para aprender a dar nombre a las emociones, que no es poco…
Pero a veces se nos olvida que las personas somos emoción, en todos los momentos del día y que debemos de aceptar todas las emociones (también la ira, el miedo, la tristeza…)
¡Los niños son pura emoción!
Y cuántas veces, a pesar de creer que “educamos las emociones”, cuando tenemos precisamente que dar respuesta a esas emociones (que no “nos gustan”), las negamos, las ignoramos o las reprimimos (“Qué feo te pones cuando lloras”, “sólo lloran los bebés”, “deja de llorar”, “no te enfades”, “no tengas miedo, que no hace nada”, “se van a reír de ti si…”, “vete al rincón”, “hasta que no dejes de llorar no te hago caso”, “Cuando estés calmado, vienes”…)
La ira, por ejemplo, es una emoción (totalmente aceptable), pero debemos de ofrecer una alternativa para expresarla que no sea la agresión.
Un niño que muerde necesita acompañamiento, necesita a un adulto que le explique que expresar su emoción a través de ese comportamiento no es adecuado (“veo que estás enfadado, pero no puedes morder”) Necesita descubrir formas adecuadas de responder y nosotros somos sus MODELOS.
Si les gritamos, chillamos, mordemos (sí, hay personas que creen que así “sentirán el daño que hacen y dejarán de morder”), les pegamos en la boca o los tratamos con ira… ¿Cómo van a descubrir cuál es la forma adecuada de expresar sus emociones?, ¿cómo van a creer que es la forma normal de tratar a los demás? Chillando, pegando y mordiendo; además ya hemos visto que no pueden ponerse en el punto de vista del otro, es decir, que no tienen conciencia de que al otro le duele y no lo van a aprender aunque se lo hagamos nosotros porque su cerebro no está maduro para ello.
Un niño que muerde necesita acompañamiento, no aislamiento (como el famoso “rincón de pensar”) un niño solo e ignorado no aprende a expresarse de forma adecuada. Ignorar al niño o dejarlo solo no servirá para que adquiera el autocontrol que necesita.
Un niño que muerde no es un niño “malo”, debemos de evitar que crea que lo es, que no elabore esa imagen de sí mismo. Primero porque él no lo es, es su conducta, su forma de expresarse la que no es adecuada y segundo, por la fuerza que tiene el “efecto Pigmalión” o “auto profecía cumplida”, es decir, el niño acabará comportándose como se espera de él. El niño siempre tiene que sentir que es querido.
Un mordisco por lo tanto, contiene bajo su expresión mucha información que los adultos debemos de llegar a descubrir. Un mordisco es una emoción mal expresada y nuestra labor, lejos de castigar al niño, gritarle o ignorarle es descubrir qué es lo que la está generando (por si en ese caso podemos evitarlo) y acompañarlo para que encuentre otras formas de expresar lo que siente.