EL PEOR ERROR QUE HE COMETIDO CON MI HIJO
A la hora de criar a nuestros
hijos, los padres ponemos toda nuestra buena voluntad para hacer las cosas de
la mejor manera posible. Nos esforzamos
para que estén bien alimentados, para que tengan todo lo que nosotros no hemos
tenido, para que crezcan con los valores
que consideramos más educativos y les empujamos para que sean competitivos y fuertes,
sin darnos cuenta que en esa vorágine de buenos propósitos algo se nos escapa.
Probablemente, cuando nos paramos
a pensar si somos buenos padres o si realmente lo estamos haciendo bien, caemos
en la cuenta de que hay algunas cosas que podríamos cambiar. Lo mejor de todo
es que si nos damos cuenta a tiempo, cuando los niños son pequeños, realizando
una pequeña maniobra, un ligero giro de volante, es posible enmendar los
errores. El problema es cuando la vida sigue y los errores se mantienen en el
tiempo.
Uno de los errores ante el que
los padres estamos más ciegos es el de la sobreprotección.
Desde que son pequeños, envolvemos a los niños entre algodones, hacemos de
colchón para muchas de sus frustraciones y evitamos que se enfrenten con sus
propios recursos a situaciones reales desagradables, aunque ya las conozcan por
televisión, alimentando, sin querer, un caldo de cultivo ideal para criar hijos
inmaduros.
Otro de los males de los que los
padres no solemos darnos cuenta es de consentir demasiado a los hijos. Es una
espiral que comienza con la elección de un pequeño detalle por parte de los
niños, que al principio pasamos por alto, que no damos importancia o pensamos
que es mejor dejarlo pasar porque no pasa nada, pero estas situaciones, esos
pequeños detalles van creciendo en número y envergadura, y cuando nos queremos
dar cuenta, nuestros hijos son incapaces de enfrentarse a
la frustración de no tener lo que piden.
Y es que mi padre siempre me dijo
que educar a mis
hijos sería la tarea más larga y más difícil a la que me enfrentaría
en la vida, si quería hacerlo bien. Ahora que los tengo, me doy cuenta de la
razón que tenía porque es una labor que no sólo depende de los padres, ya que
los hijos también tienen mucho que decir. Así, dentro de la misma familia, los
padres nos encontramos con hijos fáciles e hijos difíciles, hijos rebeldes e
hijos dóciles, hijos que colaboran e hijos que parece que fastidian... y así
podría seguir en una lista interminable de connotaciones que apagan y encienden
cada día la luz de la felicidad de los padres.
Es posible que, a veces, nos
lamentemos o nos lleguemos a lamentar de algunas cosas, como por ejemplo, de
que he sobreprotegido demasiado y ahora es un inmaduro, le he dejado comer lo
que quisiera y ahora padece obesidad,
no le he dado suficiente cariño y ahora es arisco, no he puesto los límites a
tiempo y ahora hace lo que le da la gana, le he consentido todo y ahora... pero
lo importante como padres, lo que tenemos que saber, es que si hemos puesto
todo de nuestra parte, un grano de arena no hace una montaña.