NIÑOS-AS CON SINTOMAS DE PARIDAD CON RESPECTO A SUS MAYORES

Los síntomas de paridad es el vinculo de igual a igual que se presenta en los niños-as con respecto a sus mayores, sean estos los padres, abuelos, tíos, vecinos etc., lo cual  acarrea consecuencias que perjudican su desarrollo, sus estudios, sus proyectos vocacionales y sus emociones. Desde pequeños, se produce una seudoadultez imaginaria que los deja solos interiormente, sin apoyos y como pares encima de los propios adultos, lo que los hace creer que tienen que saber todo y, si no lo logran se les baja la autoestima, se sienten inútiles, frustrados, desmotivados ya que la posición de simetría afecta mucho el aprendizaje. Todo esto, aunque pareciera insignificante, tratándose en el campo de los padres, trae consecuencias  negativas ya que, padres e hijos-as no son iguales, los padres deben dar  seguridad a sus hijos-as, deben dar apoyo y ser justamente la figura a quien acuden cuando ellos se sienten desolados.
 Un chico-a puede tener los diálogos más maravillosos con sus padres, escucharlos y estar atento, pero, finalmente, sigue pensando como él quiere. Muchos de los problemas de comunicación entre padres e hijos-as se explican a partir de la simetría. Cuando un padre o un profesor les aconsejan algo, los chicos-as se sienten criticados y pueden sufrir un ataque de angustia ya que, como ellos se sienten pares, no entienden por qué les explican algo. La simetría produce rigidez en el pensamiento y absolutización de las cosas: esto desemboca en personas inflexibles. Ellos ven el mundo distorsionado. Y los padres no entienden por qué los chicos se enojan, se desmoralizan, se desesperan. Ellos pueden querer ser como sus padres, pero el inconveniente es que quieren serlo “ya”, sin hacer ningún esfuerzo y sin estudiar.
Los padres no están preparados para enfrentar este cambio. Los padres de estos niños –as se criaron en épocas donde existía la jerarquía y la diferenciación. Aunque uno no quisiera aceptar a sus padres como figuras de autoridad, existía la posibilidad de diferenciarse. La generación del 60 construye un vínculo de igual a igual. Las generaciones que siguen ya heredan la simetría, no la construyen, es algo inconsciente. Simplemente copian lo que los padres piensan y sienten.
¡Hoy, criarlos es mucho más difícil que antes! Hasta ahora, se avanzó mucho en la permanente reiteración de que los límites son necesarios, pero esto no basta. ¿Por qué? Porque nos encontramos con situaciones de impulsividad, de violencia, de desconexión emocional, de aislamiento, de abatimiento y de desgano. Y esto no pasa por los límites, sino porque el padre pueda posicionarse en un lugar distinto para llegar a ese niño-a.
 En la adolescencia se deben separar de los padres. Lo hacen a través de la desconexión emocional, que significa el aislamiento y la falta de apasionamiento. Nada les importa demasiado. Son los que se refugian en la computadora, se aíslan, recurren a las drogas, a la velocidad, a la violencia para sentir algo, porque la desconexión los deja tan aburridos, sin sentir nada, que necesitan vivir emociones fuertes.
Hay que comunicarse emocionalmente, hay que entenderlos y aplicar límites de otra manera. El límite más importante que los padres tienen que aprender a poner a los hijos-as es impedir el maltrato en la comunicación. Y esto no es sólo decir una mala palabra, sino aislarse en la mesa o no hablar. El padre tiene que sacarlo del “igual a igual”; son los padres los que tienen que guiar la conversación porque el joven la va a plantear desde el “igual al igual”. Podrían usar frases como: “Vamos a comunicarnos: yo voy a escucharte, pero tú también a mí” o “Si nos respetamos mutuamente vamos a hablar; de lo contrario, hablamos otro día, no hay ningún problema”. Hay que manejar cuándo se habla, cuándo no; saber ocupar un lugar de autoridad. Si los chicos están confundidos con los padres –simetría significa correspondencia exacta en forma, tamaño y posición de las partes de un todo–, hay que hacérselos notar. Hay que producir la separación.
 En la actualidad, encontramos simetría entre padres e hijos-as, reflejada en el modo de vinculación, pero no es el niño-a el que la provoca o el que la busca, sino que son los padres quienes, al no asumir su rol, se ubican a la par de su hijo-a.
El ser humano es ‘un ser en relación’. Desde que nacemos, por nuestra propia naturaleza, necesitamos de un ‘otro’ que satisfaga nuestras necesidades de alimento, abrigo, higiene y afecto. Esta vulnerabilidad e indefensión es lo que hace a un bebé absolutamente dependiente y le da el poder, el saber a los padres. El problema surge cuando el niño-a no se encuentra con otro adulto que pueda responder a sus necesidades, cuando los padres no ocupan su lugar de liderar la educación de sus hijos-as.  Los padres, por miedo a ser autoritarios, no asumimos la autoridad que nos otorga la paternidad. Por no poder soportar el sufrimiento de nuestros hijos-as, no ponemos límites a sus deseos desordenados. El poco tiempo que les dedicamos, en pos del trabajo y el progreso económico, nos hace sentir culpables. Si le sumamos que no queremos ser los malos de la historia, en muchas ocasiones, a la hora de educar, abandonamos la firmeza por la permisividad y el amor por la indiferencia. Los niños-as crecen huérfanos de padres que marquen el rumbo, alimentando a pequeños tiranos que no tienen la barrera necesaria para crecer contenidos y cuidados.
Este tipo de vinculación simétrica la definen los padres (y no los hijos), perjudicándolos, no permitiéndoles desarrollar su capacidad de frustración, y de aprender los valores del respeto, la solidaridad, el esfuerzo y la perseverancia, entre otros. Actualmente, lo que observamos en los consultorios son niños-as, jóvenes angustiados porque los dejamos solos, sin contención frente a situaciones que exceden sus capacidades y sus recursos para enfrentarlas adecuadamente. ¿No será que los padres no sabemos qué hacer y ponemos a nuestros hijos-as en el lugar del saber, para no hacernos cargo de nuestra responsabilidad y de nuestra falta? Cuando un niño-a, o un joven, asumen conductas o responsabilidades de adultos siempre encontramos un padre, una madre (o ambos) que no las asumieron y las delegaron en el hijo-a.  La relación entre padres e hijos-as no debe ser simétrica ni democrática, sino asimétrica, con padres líderes y amorosos que ejerzan su autoridad. Los adultos, docentes y padres somos los que tenemos que preguntarnos qué nos pasa que no asumimos nuestro rol.
 La búsqueda de identificación de los adolescentes con los adultos es un hecho que se verificó siempre. Lo novedoso de estos tiempos es que la generación de los padres –modelo de los adolescentes–es deudora de la revolución cultural de los sesenta, cuando la libertad fue tomada como valor supremo. Los que hoy son padres de adolescentes, son los que se rebelaron, en su momento.   Esa generación es la que optó por una educación más permisiva y laxa para sus propios hijos-as, con criterios educativos tales como ‘la imaginación al poder’, ‘prohibido prohibir’ o ‘déjalo ser’. Desde esta perspectiva, es posible comprender, por ejemplo, por qué nuestros adolescentes y jóvenes se muestran apáticos, desmotivados, sin proyectos de vida. Fueron educados en la convicción de que querer es poder y que basta con pedirlo para tenerlo. Y como la realidad no es así, se muestran frustrados, sobreexigidos por la cultura del éxito. Y, lo que es peor, poseen una intolerancia absoluta al fracaso y al esfuerzo. No fueron educados para sobrellevar los problemas.
Frente a ese panorama, que podría parecer desalentador, los adultos tenemos algo para hacer: decidirnos, definitivamente, a ser un ejemplo de vida para nuestros hijos-as. Esforzarse en ser maduro ayuda a otros a madurar, a ser la locomotora de la propia vida. Si realmente existe una simetría entre padres e hijos-as, intentemos que esa simetría sea ascendente. Esforcémonos para que nuestros  hijos-as encuentren en nosotros modelos que valen la pena seguir”.

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