La Inteligencia Emocional y los Niños

La mayoría de nuestras decisiones están teñidas por nuestras emociones. Si pensamos por un momento, ¿qué nos mueve a comprar un perro, una casa o que nos hace elegir a un amigo o una pareja? La respuesta a esta y otras cuestiones es la Inteligencia Emocional, una destreza que nos permite conocer y manejar nuestros propios sentimientos, interpretar o enfrentar los sentimientos de los demás, sentirnos satisfechos y ser eficaces en la vida, a la vez que crear hábitos mentales que favorezcan nuestra propia productividad.
Pero la Inteligencia Emocional no se refiere exclusivamente a las emociones, sino a cómo integrar éstas con las cogniciones y los actos. La idea es poner inteligencia a las emociones.
El experto norteamericano en terapias infantiles Lawrence E. Shapiro en su libro “La inteligencia emocional de los niños”, destaca la necesidad de reforzar determinadas capacidades emocionales en los menores. Los niños no siempre desarrollan de forma espontánea las cualidades emocionales y capacidades sociales que los convertirán el día de mañana en adultos responsables, apreciados y felices.
La Inteligencia Emocional, como toda conducta es transmitida de padres a hijos, sobre todo a partir de los modelos que el niño se crea.
Los padres que manifiestan la ternura y el amor, producen efectos muy positivos en sus hijos. En lo cognitivo, estos serán alumnos más eficaces, con mayor concentración y con menores interferencias afectivas. En el plano social, causarán una mejor impresión y serán más hábiles para relacionarse.
Es muy recomendable que los padres jueguen mucho con sus hijos sin utilizar esos momentos para darles instrucciones, sino hacer de ellos momentos compartidos, libres de juicios y presiones.
No se deben ignorar los sentimientos de nuestro hijo, pensando que sus problemas son triviales y absurdos. Debemos procurar darnos cuenta de sus sentimientos, y darle soluciones emocionales alternativas. Nunca menospreciar los sentimientos del niño (por ejemplo, prohibiéndole que se enoje, ser severos si se irritan…)
Debemos conocer y aceptar las individualidades de nuestros hijos, para de esta manera poder reconocer las debilidades y fortalezas que posea cada uno.
Nuestra misión también es enseñarle a entablar amistades y conservarlas, a trabajar en grupo, a respetar los derechos de los demás, a motivarse cuando las cosas se ponen difíciles, a tolerar las frustraciones y aprender de ellas, superar sentimientos negativos como la ira y el rencor, tener autoestima elevada, manejar las emociones y aprender a expresar los sentimientos de manera adecuada.
Un coeficiente emocional (CE) elevado es tan importante como un coeficiente intelectual (CI) elevado.
Las emociones son estados afectivos subjetivos y debemos procurar mejorar y aumentar en nuestro hijo el coeficiente emocional, para que sean personas más felices y con más éxito en la vida.

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