No traspasemos nuestro estrés a los niños
Vivimos en una sociedad en continuo cambio (esta es una frase que estamos cansados de escuchar) pero también en una sociedad donde las exigencias son cada vez mayores. Un ejemplo claro, la nueva Ley de Educación que ya nos indica que para la entrada a la Universidad es necesario un determinado nivel de inglés.
A final del curso, como padres y educadores, estamos a la espera de ver las notas. Ha sido un largo curso académico en el que hemos ido “machacando” a nuestros pequeños con frases como “haz ya los deberes”, “no te entretengas”,…
¿Y ahora qué? Pues, con estas “temidas” notas deberíamos tener capacidad de autocrítica Todos. Nos podríamos parar a pensar si todo esto que les hemos ido diciendo (quizás porque forma parte del papel de padres generación tras generación, porque conocemos las exigencias de la sociedad, no queremos que se quede atrás en clase y necesite de constante apoyo académico,…) es de verdad el auténtico desarrollo de nuestro hijo.
Hay días en los que llega la noche y le decimos a nuestra pareja que necesitamos no escuchar más nada, tumbarnos en el sofá, ver algo en la televisión, leer el libro que siempre estás pensando que lo tienes pero que no tienes tiempo,… Pero para hacer esto necesitamos que los niños se acuesten pronto porque, muchas veces, todos en la casa caemos casi a la vez en la cama ¿Por qué digo esto? Porque es otra de las exigencias que les transmitimos a nuestros pequeños, además de todas las añadidas que hablábamos. Que se vayan a la cama YA, que se duerman pronto, que sus amiguitos ya están acostados… y ¿ellos? ¿no les pasará lo mismo? Después de un día de colegio, en el que se han levantado muy temprano, quizás hayan tenido un duro día con exámenes, o alguna pelea de esas de amigos, después de alguna actividad extraescolar que esté apuntado, las tareas escolares,… Con todo esto, pienso que también necesitan “su momentito de tranquilidad”.
Con todo esto, quisiera que reflexionáramos que esta velocidad con la que nos tomamos la vida se la transmitimos a esos pequeños renacuajos que son nuestros hijos y es lo más grande que nos ha pasado, aún necesitando tener un momento de no escucharlos o, más bien, no escuchar nada de nada.
Hay frases que nos acompañarán toda la vida y que vienen a demostrar que, en esos momentos, fuimos realmente felices. Frases como “recuerdo cuando un día en el campo con mis padres y hermanos,…” o incluso frases del tipo “íbamos corriendo corriendo y a mi hermano le entraron ganas de ir al baño”… Son Frases que, en medio del caos nos hicieron reír o momentos bonitos compartidos en familia. Debemos conseguir niños felices y, para ello, propongo que los tratemos como niños que son. Que puedan vivir despreocupados, sabiendo que están ahí sus padres y educadores como figuras que le dan esa seguridad que necesitan y, por tanto, le transmiten esa calma, bienestar y tranquilidad que venimos hablando (que los adultos exigimos para nosotros)