¿ QUÉ HAGO SI MIENTE MI HIJO ?


“Se lo he dejado muy claro: puedes mentir a todo el mundo menos a tus padres; en casa se dice siempre la verdad”. “Mi hijo es un mentiroso y siempre lo será. No hay nada que hacer”.
Mentir consiste en no decir la verdad con ánimo de engañar. Pero, así como hay una sola forma de declarar la verdad, la mentira presenta infinitas modalidades.
Se puede ocultar la verdad, disimular la situación, tergiversar la realidad, decir lo que no es o no decir lo que es, hablar de más o de menos, no hacer o no pensar lo que se dice, mantener lo que no se cree, prometer lo imposible, usar la ambigüedad, y un largo etcétera que se resume en no ir con la verdad por delante.

Del fantaseo a la mentira


Los niños hasta los seis años no mienten sino que fantasean, pues su percepción de la realidad es incompleta, se creen lo que dicen y no tienen intención de engañar. Pero a partir de esa edad ya pueden establecer diferencias entre la verdad y la mentira y comienzan a utilizar esta última como un recurso para eludir responsabilidades o evitar castigos. Los padres y la sociedad irán censurando sus mentiras, pero ellos pronto verán que los adultos también las usan. Así pasarán, si nada se lo impide, del mero fantaseo a la mentira pura y dura.
La mentira tiene un atractivo especial debido a su capacidad para cambiar la realidad. Si cuela que yo no he hecho tal cosa, es como si yo realmente no la hubiera hecho.
Si utilizamos mentiras a discreción, aunque sean muy sutiles, leves o piadosas, no habrá máquina que nos oriente porque habremos perdido el referente de la verdad.

Voces de alarma


Un niño puede mentir por muchas razones: para conseguir algo, para eludir un problema o un castigo, para evitar una realidad que no le gusta, para quedar bien delante de los otros, para agradar a sus padres, para llamar la atención, etc. Las mentiras infantiles son voces de alarma sobre otros problemas que quizá no llegamos a detectar.
Por eso, si nuestro hijo o hija utiliza mentiras con frecuencia, debemos analizar cuál es el verdadero motivo por el que miente:
  • Si lo hace para eludir un castigo, deberemos revisar cómo le castigamos.
  • Si descubrimos que no acepta la realidad, tendremos que enseñarle a aceptarla.
  • Si lo que pretende es quedar bien ante los demás o llamar la atención, nos comprometeremos a reforzar su autoestima.
  • Si busca agradar a sus padres, revisaremos nuestras relaciones familiares.
La autoestima es clave para que no necesite mentir. Mientras no se sienta seguro de sí mismo, con mayor facilidad echará mano de las mentiras. Sin necesidad aparente utiliza un subterfugio un tanto absurdo e innecesario; no sabemos por qué lo hace, es entonces cuando podemos sospechar que detrás hay una falta de autoestima. La forma de llenar esa falta pasa por darle seguridad y confianza.
La seguridad se adquiere a través de la confianza. Nuestros hijos se irán dando cuenta de que van ganando más libertad y seguridad conforme más confiemos en ellos, pero si dicen mentiras no podemos darles confianza.

Mentiras contagiosas


  • Las mentiras se contagian, por eso debemos cuidar al máximo el ejemplo que le estamos dando. Si cuando nos reclaman al teléfono nos excusamos con el socorrido: dile que no estoy, porque queremos eludir una llamada inoportuna, estaremos enseñando a mentir a los que están con nosotros; si le decimos que no le diga a papá tal cosa, estaremos ejercitándole en lamentira: la excusa que le podamos dar será todo lo poderosa que queramos, pero el acto dementir quedará grabado.
  • Dada su facilidad de transmisión, hemos de procurar desterrar la mentira de nuestro hogar. Hemos de esforzarnos por crear un ambiente propicio para la sinceridad, un ambiente de confianza y diálogo. Nuestros hijos deben tener la seguridad de que pase lo que pase, por muy gordo que sea el asunto, nos lo tienen que decir, porque no nos vamos a escandalizar ni vamos a reaccionar de forma violenta. El miedo hace decir muchas mentiras.
  • Si le acostumbramos a que en casa se cuenta todo, lo bueno y lo malo, tenemos mucho ganado. Se puede plantear este juego diario: cada miembro de la familia cuenta lo mejor y lo peor que le ha pasado durante el día. Así generamos un ambiente de confianza y libertad.
  • Resulta muy conveniente ver con ellos la televisión para enseñarles a detectar mentiras. Los guiones de muchas series televisivas se montan sobre un malentendido o una falta de veracidad, que se va enredando hasta que no queda otro remedio que decir la verdad. Generalmente los niños no llegan al final o se quedan con lo divertido que resulta la farsa. Nosotros seremos los encargados de hacérselo ver.

La verdad por delante


Es muy bueno tener sueños y querer mejorar las cosas, pero para ello hay que empezar aceptando la realidad, aunque no nos guste. Hagamos que nuestros hijos prefieran la verdad, que vayan siempre con la verdad por delante. Lógicamente, les tendremos que enseñar a ser asertivos, es decir, a saber decir la verdad de la forma correcta y en el momento oportuno.
  • Antes de que diga la primera mentira, hemos tenido que haberle hablado de la veracidad. Si no tiene un referente, no sabrá cuándo miente y cuándo no.
  • Pero no basta con hablarle de la veracidad, sino que es necesario hacérsela atractiva, por ejemplo, enseñarle que decir siempre la verdad, tener palabra, nos hace personas en las que se puede confiar, o que la amistad es incompatible con la mentira.
  • No debemos nunca catalogarle de mentiroso o embustera. Al contrario, lo que necesita es que se le muestre confianza en que va a dejar de mentir, porque estamos seguros de que esa no es su forma de ser auténtica, sino un incidente pasajero.
  • Por eso mismo, de ninguna manera maximicemos su error. Consideremos mejor cada mentira como una metedura de pata e invitémosle a rectificar. Cuando le pillemos en un embuste, y lo reconozca, valoremos más el hecho de haberlo reconocido. Da mejor resultado felicitarle cuando dice la verdad y explicarle que eso es de mayores o de valientes.
  • Vayamos descubriéndole que antes se coge al mentiroso que al cojo, que una mentira, por pequeña que sea, fácilmente arrastra a otras y se va convirtiendo en una bola de nieve que crece y crece, que el mentiroso cada vez necesita mentir más, y que las consecuencias de las mentiras son a la larga fatales.

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