¿Qué siente el niño cuando sus padres se separan?


En la separación, ¡padres ante todo!
Obviamente, los padres, como personas adultas y responsables (se supone que lo son) tienen todo el derecho a separarse cuando surja tal necesidad, pero si cabe, más derecho tiene el hijo a tener a sus padres.
Lo que pasa, muy a menudo, es que ambos niveles, conyugal y parental, aunque están en planos distintos en el contexto de la relación familiar, en la práctica se confunden entre ellos y se imbrican el uno al otro. Y durante la vorágine de la etapa de separación (en especial si es muy conflictiva), el ejercicio de la parentalidad decae, aunque sea temporalmente, porque predominan los problemas personales entre los cónyuges.
¿Cuáles pueden ser los sentimientos de tu hijo en el proceso de separación?

  • Sensación de vulnerabilidad. Se rompe en mil pedazos el armazón de seguridad que el niño se había ido forjando en el día a día, percibiendo las muestras cotidianas -pequeñas o grandes, no importa- de que sus progenitores, sus cuidadores habituales, están pendientes de él y de su protección. Se rompe la continuidad de la familia como institución protectora. Todo se vuelve menos fiable y menos predecible (“¿cuándo volveré a casa de los abuelos?”, “¿qué haremos por Navidad?”, “¿en dónde pasaré el invierno?”). Aparecen los miedos intensos y la ansiedad continua.
  • Temor intenso a ser abandonados por sus progenitores. La mayoría de los niños están preocupados porque creen que sus necesidades no serán atendidas. Temen que, como la relación de pareja de sus padres se ha disuelto, suceda lo mismo con la relación padre e hijo:“Si papá se ha ido, ¿quién me asegura que ahora no se irá mamá? Si tú no quieres a papá, ¿cómo puedo estar seguro de lo que pasará más adelante? Quizás yo seré el próximo en no ser querido”.
  • Un tercio de los hijos teme que su madre les abandone. Pero, al progenitor que más temen perder es el que se ha ido de casa. Temen que pierda el amor que antes sentía por ellos. Este sentimiento explica ciertos comportamientos de los niños, en especial si son pequeños, como reticentes miedos nocturnos, ansiedad de separación de los padres, crisis de pánico, fobia escolar, etc.
  • Sentimiento de tristeza y lástima. La reacción depresiva, en mayor o menor grado, casi siempre está presente. El psiquiatra neoyorquino Luis Rojas Marcos, expone en su pionero libro de referencia La pareja rota que, “con excepción de la muerte de la pareja amada, la separación y el divorcio son para la mayoría de las personas las experiencias más traumáticas y penosas de su vida”. Y estos amargos sentimientos están presentes tanto en los adultos como en los niños.
  • Fantasías de reconciliación de los padres, en la que todo volvería a ser como antes. Estas fantasías perduran bastante tiempo en la mente del niño (y hasta del joven adulto). Recuerdo una niña de diez años que me afirmaba con total convencimiento: “Cuando sean viejecitos volverán a estar juntos” (y sus padres ya habían constituido nuevas parejas y tenían descendencia con ellas).
  • Sentimientos de culpa. El niño cree que su vida “pesa” sobre sus dos progenitores como si fueran complicadas cargas y responsabilidades. Los niños oyen quejarse a los padres con comentarios desafortunados que se les escapan – que en sí son intrascendentes, pero que en un clima familiar tenso cobran otro significado-, del tipo:“¡Este niño está acabando conmigo!” o “¡Ya no lo aguanto más!. Una tercera parte de los niños que asumen esta responsabilidad culpabilizadora suelen tener menos de ocho años.
Un único consejo para mitigar estas experiencias infantiles: que el niño sepa que, por encima de las desavenencias entre los padres, a él se le sigue queriendo igual.

Aquí está el meollo del asunto: una cosa es separarse como pareja (nivel conyugal: relación de pareja) y otra, muy distinta, es separarse como padres (nivel parental: ejercicio de padres).
Los padres no tendrían que perder nunca de vista la sentencia que preconizan dos autores franceses, Gérard Poussin y Anne Lamy, en su libro Custodia compartida: “El fracaso de la pareja conyugal no tiene por qué obstaculizar el triunfo de la pareja parental”.
Podría seguir citando otros sentimientos que emergen en los hijos de padres separados, pero alargaría demasiado este apartado.

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